En esta casa siempre hemos despreciado un poquitín a los fans del Japón, por pesados y facilongos. Y como tres veces campeón de Al-Andalus de metedura de pata y boca de espuerta que soy ha llegado la hora del escarnio. Desempolvo el Tío Matt y abro bien un ojo, así como la bandera, para que me caigan dentro uno por uno todos los escupitajos que he ido poniendo en órbita estos años. Sois libres de cubrirme de oprobio, pero para eso tendréis que venir y leer lo que yo os cuente.
Para sacarle la chicha al viaje y reparar mi legendaria ignorancia llevo dos meses consumiendo literatura, tebeo y cine procedente y acerca del Imperio del Sol recomendados por los más templados y honorables recomendadores. Efectivamente, parece que esas gentes que daban la brasa con el Japón estaban en lo cierto: los japoneses son raros. Espero resolver el intríngulis de este rarismo de una vez durante los próximos 20 días y decidir de una vez por todas quién es el raro aquí.
Realmente lo que espero es gozar como marrano en un charco porque voy a un lugar en el que dejar propina es un insulto, donde se come pescado crudo y sopa miso para desayunar y todo el mundo la tiene más pequeña que yo. Si es que yo tenía que haber nacido en tiempos del colonialismo, como Basil Seal o el Tío Oswald.
Mañana hay que trabajar, pero después de la siesta echo el cierre a la maleta y empezamos.
Ay, ¿esa siesta llegará a realizarse, con los nervios del viaje por delante?
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