jueves, 7 de junio de 2012

Nara y Kyoto. 28/03/2012

Arriba chicos y chicas. Hoy no os voy a dar mucho la brasa. Hemos dedicado el día a Nara, que es un sitio muy mono pero de donde no hay mucha chicha que sacar. En tren se llega en un ratito desde Kioto y por el camino se pasa por un sitio llamado Narayama, como el de la peli. Supongo que no será necesariamente el mismo Narayama porque el paisaje no tiene mucho que ver, pero no hay que desaprovechar una ocasión de emocionarse un poquitín.
Nara en un lugar que además de estar lleno de templos está lleno de ciervos. Los ciervos son sagrados y están allí a la sopa boba mientras los turistas les dan de comer. Venden unas galletas de ciervo a 100¥, pero no hace falta porque los puñeteros ciervos se comen todo lo que pillan. El primero con el que cruzamos, sin ir más lejos, me vio y acudió lento y decidido. Yo pensé, ¿qué quiere este ciervo? ¿por qué me huele? Y de pronto el hijo de una cabra le pegó un bocado al mapa de la zona que yo llevaba en la mano y yo traté de arrebatárselo pero no hubo manera. Se lo comió lentamente, como un camello se come un bocadillo de calamares. Nos dio un ataque de risa, con lo que decidimos sentarnos a esperar a que repitiese la operación con el siguiente panoli. No tardó ni dos minutos en comerse el mapa de una guiri que pasaba por allí.

Estas tablillas de los templos hacen un ruido muy agradable con el viento.

Tinonino tinonino ...

¡Al ladrón, al ladrón!

Quiere más.

Total, ya que se lo coma entero.

Los ciervos huelen como a cabra y tienen unas pequeñas zonas ralas por la culata. Conforme avanzas hacia el cogollo del templamen hay cada vez más y más ciervos y más y más gente, y algunos niños sufren mucho porque estos bichos les dan miedo, y no es de extrañar porque el que no se come un cartón se entretiene mordisqueando una cadena.

Mordisquear cadenas no es síntoma de paz interior.
Hastío.
Contacto visual.
Una niña sufrió un ataque de pánico cuando un montón de ciervos se arrimaron al ver que llevaba una galleta de ciervo (que por cierto no son potables para la persona humana) y la rodearon. Era un poco como en los dibujos animados cuando alguien huye y su perseguidor se materializa delante de él sin importar la dirección en la que corra. Por donde intentase escapar se topaba con un ciervo meneando el hocico y entonces gritaba y corría en otra dirección para encontrarse con otra cabra.

Pánico.

¿Qué harán con las cagarrutas?

Hay unos carteles que dicen que hay unos 2000 ciervos en el lugar, y que tengas ojo con ellos porque son salvajes y puede ser que te peguen un bocado o te derriben de una coz.


Ciervos aparte, la estrella del lugar es el buda de Nara, que está metido en un templo enorme al que no entramos porque valía 600¥ y estábamos ya un poco hasta el coño de templos. Lo vimos en las fotos que había en los carteles y seguimos camino justo cuando empezó a tronar. El buda es enorme y dorado. Mide 15 metros, o al menos eso es lo que dicen, y es el buda de bronce más grande del mundo.

Todai-ji, donde se aloja el buda Daibutsu.

Tronaba y decidimos mirar el mapa y al abrir la mochila vino un ciervo y se comió un folleto del Matadero de Madrid. Concretamente un programa de la obra Purgatorio, con Vigo Mortensen y Carmen Elías. Era un ciervo muy bohemio porque quería más. Un señor occidental que vio cómo nos partíamos de risa viendo al ciervo zamparse el cartón nos miró como si fuésemos unos criminales, y entonces empezó a llover. Calló un tormentazo de cojones y nos amparamos en un porque mientras los ciervos caminaban lentamente en manada buscando refugio entre los árboles con esa expresión de hastío de vivir que tienen permanentemente en los ojos.
Un tentempié nunca viene mal.

Alcanzamos un baño público en medio del bosque en el que había guarecido un bohemian japanese tocando la guitarra así que decidimos sentarnos al lado a escuchar llover a la par que sonaba el guitarreo y la cosa fue agradable y tuvo su encantillo. En cinco minutos dejó de llover y encarrilamos la vuelta.



Comimos en Shizuka. Un sitio recomendado en la Lonely planet. Nos pusieron el plato típico de Nara, kamameshi, un arroz cocinado en una cacerola individual que te ponen en la mesa. Va con una tapa de madera y sigue cocinando el arroz conforme te lo comes. De manera que empiezas con un arroz normal y al final tienes una capa de arroz tostadito la mar de rico.

Qué bien sienta un té verde calentito.

En ese cacharro se va cocinando el arroz mientras te lo comes.
De vuelta en Kyoto dedicamos la tarde a localizar el Takase Riverside Inn, el ryokan en el que nos quedaremos una noche al volver de Koya-san. Se trata de preguntarles si nos pueden guardar las maletas para no tener que llevarlas con nosotros. Nos dicen que sí y nos marchamos tranquilos a pasar el resto de la tarde paseando por el centro, tomando un café con miel y nata en el Tully’s, probando el maravilloso gofre de té verde, comprando cena guarrindonga para tomar en el hotel —esas salchichas gordas que venden en el 7eleven, entre otras cosas— y de nuevo acabar con onsen, yukata y agua con hielo.

Nishiki Market y Osaka. 27/03/2012

Amanece un nuevo día en el piso 13 del Aranvert Kyoto. ¿Habrá terremoto hoy? Qué emoción.
Es temprano porque hoy vamos a pasar el día a Osaka, pero primero queremos ir al mercado Nishiki a ver qué se cuece. Está justo al norte de Shijo-dori, la arteria principal comercial del centro de Kyoto y que resulta ser el único sitio de la ciudad con wifi gratis gracias a una bendita iniciativa de los comerciantes de la zona.

Cómo van las señoras japonesas al mercado. Ni de boda...


Tortillería.



Como viene siendo habitual, el mercado consiste en unas cuantas calles sobre las que se ha instalado un techo para evitar que la lluvia arruine la actividad comercial. Es un mercado bastante aséptico en el que la mayoría de los locales están dedicados al pescado seco y encurtidos. Hay también algún puesto de tortillas tras el que un ejército de mancebos cocinan tortillas con mucha habilidad. Tortillas de esas japonesas que se enrollan en forma de canuto. Desayunamos unos pulpitos pinchados en un palo. Están encurtidos, creo. Hay mil cosas apetitosas que no se sabe lo que son, pero no es un mercado de verdad, parece un poco artificial y tiene poca vida. Debe ser el equivalente a estos mercados gourmet para tapear que están proliferando por aquí. Esa mierda en la que entramos para estar incómodos y pagar por las cosas mucho más de lo que valen.

Suculentos pulpitos.

Aquí no hay tanta gente. De hecho no hay ni dios, así que cogemos el camino de la estación y tomamos el tren a Osaka (unos 30 minutos).
Primero vamos a la bahía, donde está la famosa noria y el acuario. Hay que coger el metro desde la estación JR Osaka. Para empezar la gente en Osaka es bastante poligonera. Físicamente son como en Kyoto, pero parece que se compran la ropa en Modas Kalambre. Tíos con mechas rubias, camisetas tie-dye, animal print y mucho top. Entonces, recapitulando: en Tokio lo poligonero es parecerse a un efebo hentai, pero aquí en Osaka lo poligonero es igual que en cualquier polígono español, pero con ciertos toques suburban Saigon.


No es la Expo de Sevilla, no.

Osaka desde la noria.

La noria desde Osaka.

Bien. La noria es muy recomendable, por las vistas de toda la bahía y la ciudad. Se ve hasta Kobe. El acuario ya no tanto. Quiero decir que a mí no me interesa tanto aunque se supone que es uno de los mejores acuarios del mundo. Se entra por arriba y se va bajando en espiral alrededor del corazón de agua del edificio. Además de pescado hay pingüinos, delfines, focas, nutrias y capibaras. Y se puede utilizar la nintendo DS como guía multimedia interactiva del museo.
Las medusas son bastante decorativas.

Mamarrachismo en primer grado.


Aquí esperando que haya sitio libre para comer.
Como siempre, sale a relucir el zampabollos que hay en mí, así que os voy a contar lo de las bolas de pulpo. Aquí entre la noria y el acuario hay un centro comercial lleno de sitios para comer basurilla. Hay bolas de pulpo por todas partes porque son típicas de Osaka, pero en plan McDonnald’s. Pero afortunadamente, cuando veníamos del metro, Andrés se quedó con la copla y localizó por la calle un antro donde estaban a mitad de precio, así que acudimos. En el sitio hay cinco personas y no cabe nadie más; toca esperar en la puerta. Una anciana encorvada atiende el negocio y sólo sirve takoyaki y okonomiyaki. Que son respectivamente bolas de pulpo y esa especie de tortilla con mil cosas que ya comimos en Tokio. Pedimos una ración de casa cosa. La docena de takoyaki cuesta 500¥ y está de rechupete. El okonomiyaki también mejor que el de Tokio. Se sirve todo con esa ralladura de atún seco y una especie de mahonesa con mostaza y una salsa espesa de soja y una especia verde rallada. Riquísimo y pintoresco. Nos vamos más que satisfechos por el trabajo bien hecho.

No me diréis que no tiene buena pinta.

Cacé a la señora cocinera-camarera.

Una docena de takoyaki bien vale desprenderse de su primogénito.


Tomamos el metro hasta Honmachi y bajamos caminando hasta Dotombori, el lugar que se supone inspiró los paisajes nocturnos de Blade Runner. De camino hasta aquí se pasa primero por una zona comercial moderniqui en la que predominan las tiendas de ropa sofisticada y luego da paso a otra zona comercial de calles convertidas en galerías donde reina la franquicia, cafetería y tienda surtida para turistas.

Dotonbori by day.

El animal print llega al mundo ninja.

Esta postura se tiene por sexy.

La noria gigante de la tienda Don Quixote en Dotonbori.

Osaka sunset.

Aquí la gente no es tan poligonera como en la bahía y están exactamente en el punto equidistante entre la excentricidad alien de Tokio y la elegancia de Kioto. Pasamos la tarde tomando un té verde con leche, entrando a un par tiendas y paseando. Aquí damos una vuelta completa a un Don Quixote enorme que hay a la orilla del río con una noria gigante ovalada en su fachada. La noria está parada, pero la tienda por dentro es una locura. No sólo venden cualquier cosa que puedas imaginar entre un pollo de goma, calamares resecos, ropa interior galáctica, pestañas postizas o neveras, sino que el espacio transitable y la cantidad interminable de plantas hacen del sitio un laberinto tridimensional. Las tiendas Don Quixote tienen su propia sintonía que suena todo el rato y a ti te vuelve loco pero a los japoneses parece inducirlos a aflojar el monedero.


Cuando cayó la noche tomamos un par de fotografías y nos volvimos andando a la estación central de Osaka. Hubo cierto error de cálculo en la longitud del camino y las reservas de energía que nos quedaban y llegamos al tren hechos trizas. El camino consistió en subir una avenida todo el tiempo, pero al final, cerca de la estación, el paisaje se vuelve mucho más atractivo y sórdido. Mucho neón y callejuela, al estilo Shinjuku. Para entrar en la estación hay que pasar un laberinto scalextric de túneles subterráneos y pasos elevados y atravesar otro laberinto comercial una vez dentro.








De vuelta en Kioto sólo hubo fuerzas para volver a cenar en el sitio de noodles de pagar en máquina que hay junto al hotel y repetir la sagrada ceremonia: onsen, agua con hielo, fotos y cama.