lunes, 16 de mayo de 2011

30/4/2011 - New York. Día 1.

9:00h. Washington Heights.



Amanece el primer día. Sábado nublado y fresco. Es necesaria sudadera y cazadora. Nuestros planes son pasar el día en Brooklyn, ver la puesta de sol desde allí y celebrar el bautismo de Manhattan cruzando a pie el puente de Brooklyn una vez haya caído la noche. Salimos de casa a las 9 y vamos a pata hasta la boca de metro de la 169st porque en la 175st no funcionan las máquinas para sacar la metrocard. De camino echamos un ojo al barrio latino durante el día, todo está abierto y las tiendas lucen fascinantes carteles de estrellas latinas que retrato al vuelo para poder revisar hasta el fin de mis días.

No sé si ir a Wason y Vickiana o a los Hermos Rosario.

Esta foto produjo un cortocircuito en el
detector de sonrisas de mi cámara.
Nos encontramos con la maldición de los billetes de 1$. Cada billete que guardas en la cartera se ha convertido en su equivalente en billetes de 1$ la siguiente vez que la abres y resulta imposible librarse de ellos. Sin embargo, las monedas de 1$ son escasas y dicen que dan suerte. Llegar y besar el santo, la máquina del metro me devuelve 1$ coin al darme el cambio. Invertimos un buen rato con la máquina, porque no da más de 6$ de cambio y hay que meterle los billetes de 1$ varias veces. Pero al final conseguimos dos metrocards de 7 días por 29$ cada uno.
El metro es viejo y está sucio, los trenes tardan unos 10 minutos en pasar durante el día, pero siempre encuentras sitio para sentarte. Sigo a María Antonia, que nos hace de guía, pero no entiendo nada. Subimos a un tren y me siento entre un chico blanco que lee Festín de Cuervos y una señora negra que le habla a su hijo obeso en dos idiomas:
—¡Qué eh lo que tú estah disiendo, Queni! What demonio are you gonna do?— y continúa con una reprimenda en inglés de la que no entiendo nada.
Hacemos transbordo en Fulton St. y continuamos hacia el jardín botánico de Brooklyn. Hoy hay una fiesta japonesa aprovechando que los cerezos están en flor, así que vamos al botánico y dejamos Conney Island para otro día.
En el metro nos aborda una argentina y nos informa de que los sábados es gratis entrar al botánico si vas antes de las 12. Hoy además los cerezos están en flor y hay un festival japonés, explica casualmente.

10:30h. Eastern Pkwy / Brooklyn Musseum.

Salimos a la superficie, y encontramos una cola para entrar al botánico que pasa por delante del Museo de Brooklyn. Decidimos ir a desayunar y entramos en un restaurante griego en Washington Avenue, Teddy's. Por 41$ desayunamos fruta cortada y pelada, capuchinos, agua del grifo con hielo, plum-cakes con bacon, huevos, mantequilla y sirope de arce. A la hora de pagar descubro que se puede dejar la propina escribiendo la cantidad a mano en el resguardo de la tarjeta de crédito antes de firmarlo.
Volvemos al Jardín Botánico y nos las vemos con el desastroso tráfico de la ciudad. Aquí sólo se respetan los semáforos si es absolutamente necesario, los coches son enormes —es como si multiplicasen su tamaño por 1,5— e imponen bastante respeto. Nos frotamos las manos porque son menos de las 12 y no tendremos que pagar, pero resulta que el festival japonés invalida la oferta. 15$ por entrada, otro tute a la tarjeta.
El jardín está tomado por los otakus disfrazados de personajes y muñequitos de los tebeos y dibujos japoneses. También hay invasión de familias con niños pequeños —los niños son monos en Brooklyn, incluso los japoneses—, sentados en el césped, bajo la lluvia de pétalos rosas de los cerezos. El paisaje resulta bastante rosa y verde.

María Antonia y Andrés se vuelven locos haciendo fotos, gracias a las cuales descubro que con el pelo tan corto, y las gafas tan negras parezco la madre de Almodóvar. Mientras ellos disparan yo me pongo y me quito la chaqueta conforme el sol sale o se cubre y paseamos entre familias, mamarrachos y floripondios. Les dejo con una selección de la larga y chochi serie realizada en tan bucólico lugar, no sin antes recordarles que mi calvicie no es más que un efecto óptico.


A la izquierda la madre de Almodóvar.
Soy la ninfa del botánico. Si resuelves el enigma te la como. 
Flor berberecho rosa.
Durante un rato, dejaron de hacer fotos.
Mirar estas fotos mucho rato puede garrapiñarle las almorranas.
Haciendo fotos para la portada de un futuro best seller rosa.
Como el traje de gitana, el de caperucita otaku duerme en el ropero de la
fea esperando que llegue ese día del año en que puede salir a pasear.

12:00h. Prospect Park. Brooklyn.

Prospect Park

Cruzamos Flatbush av. y entramos en Prospect Park, proyecto que sirvió como ensayo de Central Park para los creadores de ambos. Empezamos por visitar el tiovivo de 1912, traído aquí desde Conney Island, aún en funcionamiento. Pasamos del zoo (¡hay pandas rojos!) para continuar hasta el museo del parque, a la orilla del lago, donde echamos un vistazo a algunos de los bicharracos que pueblan el parque. Ranas, tortugas, serpientes y una simpática cucaracha siseante de Madagascar que ha llegado hasta aquí por misterioso conducto y que se deja tocar. El personal del museo, The Boathouse, es espléndidamente agradable con nosotros, incluso sin tener en cuenta que hemos entrado para usar el servicio y curiosear como turistas desinteresados.

Y recuerden, es un efecto óptico.
Cucaracha siseante de Madagascar y Prospect Park.

Cruzamos el Terrace Bridge y avanzamos hacia las explanadas llenitas de equipos infantiles de baseball acompañados de sus familias en formación de picnic con sus correspondientes entrenadores enervados. El ambiente es encantador y hasta nos entran ganas a todos de ser padres para disfrazar a los pobres niños con su trajecito de baseball y traerlos aquí los findes a que jueguen mientras nosotros comemos emparedados de panceta. Tras un largo paseo entre caminos, familias y barbacoas campestres llegamos al otro extremo del parque, en Prospect Park West con la 9th st.
Para un día que atino Papi no vino.
Yo lo que quiero es irme a echar unos pokemon.
14:00. Park Slope. Brooklyn.

Avanzamos por este coqueto y acomodado barrio de casitas con escaleras a lo Bill Cosby, limpio y sembradito de niños sobre ruedas y stoop markets hasta llegar a la 5th av. con 5th st. A esta altura las avenidas ya están cuajadas de comercios y bares. Visitamos la Brooklyn Superhero Supply Co., curiosa tienda de artículos de superhéroes donde puedes comprar una capa dorada, unas mallas, un kit de identidad secreta, un bote de kryptonita, un spray de invisibilidad o someterte a una sesión en la máquina devillanizadora.
Hacemos una pausa en The Gate, una cervecería que encontramos por casualidad en la 5th av. con una foto y el poema homónimo de Poe en el escaparate. Tienen terraza, llena de gente joven con niños y perros. Nos tomamos unas extrañas cervezas servidas por un señor tatuado de cabeza afeitada y larga barba roja. Andrés se pide una uberdulce cocacola de grifo.
Seguimos camino en busca del metro de Union St, con el que queremos subir al norte de Brooklyn. Ya se han ido las nubes y nos hemos quedado con una agradable tarde de sábado. Las calles están llenas de gente que pasea y deambula con calma y sin destino. El ambiente es adulto pero joven, y la sensación es de ciudad callejera y acogedora. De camino al metro pasamos otro parque con canchas de baloncesto y nos cruzamos con unos ángeles del infierno que suben la 4th av, ocupada por talleres, restaurantes y algún almacén reconvertido en centro cultural.


Esto en España sería de lo más cateto.


Mucho stoop market pero poco comprador.
Sons of Anarchy.


17:00h. Brooklyn Heights y Dumbo.

Salimos a la superficie en Court st. y esto ya tiene otra pinta. Con el plano en la mano le pregunto a dos negros enormes que charlan junto a la boca de metro. Uno de ellos se hace el sordomudo y me dice con signos que no puede escucharme. A continuación, como buen cateto turista, me veo ultrajado por mi condición de blanco que se mete donde no debe sin ninguna necesidad. Pero en seguida el señor de color negro sonríe, me pregunta que de dónde soy y me cuenta que a pesar de que tiene plenty of tías y pasta aquí en New York —cómo mola hablar en dos idiomas a la vez—, lo dejaría todo por irse a España a correr delante de un toro y a meterse de cabeza en una de esas guerras de tomates, que no le importaría lo más mínimo que el toro le atravesase el pecho y le sacase el corazón en plena calle. Acto seguido me indica por dónde tengo que ir y se despide con uno de esos apretones de manos coreografiados de los negros para los que siempre he sido un desastre y un "me gusta tu cara", así en español.

Hay pelucones de escándalo, de rafia, nilón...
Parece que estamos en un barrio negro, por las tiendas de abalorios, oros y pelucas. Una negraca gordísima le ruge indignada al teléfono móvil mientras espera al autobús, me dan ganas de hacerle un video pero temo que dirija su ira hacia mí. En seguida salimos a espacio abierto, y esto ya tiene una pinta de Manhattan que emociona. Confluencia de tráfico, primer bus con publi de Juego de Tronos —la serie con la que HBO nos ha premiado y decepcionado a todos estos días—y edificios bien altos. Pasamos por un Starbucks para utilizar el servicio y echar un vistazo al correo y continuamos por Montague St. con la intención de coger Brooklyn Heights Promenade hasta los puentes de Brooklyn y Manhattan. Atravesamos otro barrio residencial de casitas con escalerillas, también lleno de familias jóvenes con niños pequeños y nos pasamos el Promenade por debajo saliendo directamente a una calle que sube a la vera de los muelles. Primer encontronazo con el cogollo sur de Manhattan y de nuevo emoción envuelta en el rugido del tráfico que circula bajo el Promenade.

Las mejores vistas no están en la Promenade, sino debajo.
Pensábamos visitar la casa donde Capote escribió Desayuno en Tiffany's, en Willow st., pero esta calle nos lleva derechos, aunque tras un buen rato en el que nos hacemos trizas echando fotos con Manhattan Sur de fondo, hasta los pies del Puente de Brooklyn, donde nos tomamos un rico helado en una coqueta casita con torre y campanario.
El ambiente bajo el puente es primaveral, familiar —pero no familiar de Jonatan ven acá pacá, sino familiar de recuerdas Connie querida la maravillosa tarde en que hicimos estas fotos con nuestras hijas que hoy día son las bellísimas madres de nuestros esplendorosos nietos—, hay limusinas bajo el edificio de la revista Watchtower (¡Atalaya!), coros de muchachos uniformados, parejas de recién casados haciéndose el reportaje de la boda, turistas haciendo cola para merendar en Grimaldi's —famosa pizzeria muy recomendada—, música en directo y algún bailarín espontáneo en la terraza de un restaurante encantador.

Y recuerden que se trata de un efecto óptico.


¡Atalaya!

Heladería bajo el puente de Brooklyn.
Esta foto la he tomado prestada de aquí.





Damos un paseo por el barrio de Dumbo (Down Under the Manhattan Bridge Underpass) en busca de la foto que sirvió de portada de Érase una vez en América (Washington st. con Water st.), y hacemos tiempo para volver a ver la puesta de sol desde la agradable esplanada de césped bajo el Puente de Brooklyn. A pesar del cansancio, seguimos con el gatillo flojo. El barrio es muy agradable y tiene un ambiente mucho más bohemio a medida que uno se interna lejos del agua. Junto al río hay gran algarabía e incluso se celebran bodas bajo la mirada de los paseantes ociosos y las hordas que esperan sentadas la puesta de sol rosa y anaranjada del Lower Manhattan.
Once upon a time in America.
Manhattan Bridge
Y recuerden...


Nos demoramos bajo los puentes y volvemos a Brookly Bridge Park, en el muelle número 1, para desplomarnos en el césped esperando que caiga la noche. Al esconderse el sol tras uno de los rascacielos la temperatura baja espectacularmente, pero los neoyorquinos parecen estar como pez en el agua. Mientras yo me abrocho y me pongo todo lo que llevo, los niños —caray, qué bien visten a los niños en Brooklyn— se revuelvan por la pendiente descalzos y juegan con sus padres a lanzarse una pelota. El primer ejemplar de titán negro que registra mi memoria es un padre que sujeta una pelota de rugby que en sus manos parece de tenis. Nos trasladamos a un banco y contemplamos el espectáculo del cambio de luz sobre Lower Manhattan sin WTC hasta que se hace prácticamente de noche, tiritando un poco y haciendo fotos con una minúscula estatua de la libertad al fondo.






Entonces asistimos a uno de los espectáculos que no pueden ustedes perderse si visitan Nueva York: entrar por vez primera en Manhattan, de noche y a pie a través del Puente de Brooklyn. A pesar de que ya me lo habían avisado y recomendado me sorprendo de la magnitud de la experiencia. No es sólo la constatación de que ese maravilloso escenario exista fuera de la pantalla y que tu cuerpo dé fe de ello, es la galaxia de luces y sonidos en los que uno se ve envuelto, como si caminase por la pista arco iris del Mario Kart entre turistas, fotógrafos y ciclistas, sobre una autopista abarrotada de tráfico que se puede ver entre los tablones que uno pisa, con las vistas del puente de Manhattan y la ciudad río arriba, y cómo tanta grandeza te hace sentir como si tuvieras seis años. Me acordé de esos que dicen que piensan que el hombre es el peor de los animales y les dediqué un tonante ¡JA!.

Y no sé si les había dicho que en Nueva York huele a comida por todas partes, pero es que en el centro mismo del Puente de Brooklyn huele a comida, a salchichaza de carrito a la brasa. Inexplicable, pero cierto. La mezcla de la emoción por el espectáculo y las secreciones por el olor a carne a la brasa hacen de mí un pelele bobalicón y sonriente hasta que me voy a dormir esa noche, agotado como un bendito.

21:30h. Lower Manhattan y Chinatown.

Y aterrizo en Manhattan (Police Plaza), que bien merece tirarse y besar el suelo como Juan Pablo II —te quiere todo el mundo—, pero el hambre nos arrastra sin pausa hasta Chinatown, donde nos espera el Shangay Café, en el 100 de Mott st., recomendación de María Antonia y de la guía Michelín.
Abrir un agujerito con los dientes, sorber el caldito
y zampar.
No sólo dan el agua gratis de rigor, también tienen un rico té caliente que es como un consomé sin sal y que me arregla el cuerpo antes del wantun (jugoso y blandito por dentro, no como el de España que es un pestiño salado), los dumplings de cangrejo y cerdo (suculentos saquitos rellenos de caldo y carne), los noodles de ternera y el rice cake de gambas (fresquísimas gambas) que nos metemos entre pecho y espalda por el menos de 40$, propina incluida.
Thick as fingers noodles.
Agotados, vamos en busca de la línea A de metro por Canal st. y sus tiendas de souvenirs e imitaciones y, tras un viaje de unos 45 minutos, caemos rendidos en cama cerca de las 24:00h.

2 comentarios:

  1. No sé cómo fuisteis capaces de reservaros un día entero sin ver Manhattan y sobrevivir a ser comidos por los nervios. Efectivamente un día habría que dedicárselo a Brooklyn, pero la impaciencia del primero es tan tan impaciencia... Bien por vuestra templanza.

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  2. A mi también me parece inaudito, yo no habría podido contenerme. Lo primero que hice al llegar a NY fue emerger en Times Square y la combinación de noche y neones casi me lleva a la muerte por sobreemoción.

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