domingo, 8 de abril de 2012

Tokio, día 5. 21/3/2012. Tokio Disney Seas y Ueno.

Así es, cometimos la perrería de ir a uno de los dos parques de atracciones Disney que tienen en Tokio y lo pagamos caro. No en pasta ―flash forward otra vez―, pero sí en dignidad. A lo mejor al leer esto alguien piensa que le sacamos partido al día. Pse, yo desde entonces cada vez que veo algo Disney me sonrojo. ¡Vergüenza de mis hijos!
No voy a dar muchos detalles de por qué hay dos parques ni sus diferencias porque el mensaje que quiero transmitir es "ni se te ocurra". Digamos que el parque clásico es una copia del original, no sé si el de la costa oeste o el de Florida y el otro está orientado a un público más adulto. Nos decidimos por la versión adulta porque teniendo en París otra versión del clásico siempre habrá más facilidades para visitarlo. Después del día de hoy no nos verán el pelo por ninguno, aunque lo tuviéramos a la vuelta de la esquina.



Yo había estado en el de París a la delicada edad de 17 años. Hay fotos que lo atestiguan y que el mundo nunca verá porque muestran a un tío Matt a medio hacer, con esa fealdad grotesca y torcida de los adolescentes. Gracias a que las cámaras de fotos de aquel entonces eran una puñetera mierda no se observan más que las imperfecciones estructurales, pero seguro que tenía un bozo como el cartel de una pensión y alguna que otra erupción cutánea. En aquella ocasión lo gocé bastante, porque el parque de atracciones más sofisticado el el que había puesto un pie era el Tívoli, y no el de Copenhague, sino el de Torremolinos, Málaga, y claro, tanto primor y tanto paisaje en colores pastel, a esa edad y con esa falta de mundo, me pasmaron como Londres a las mozas casaderas campestres de Jean Austen cuando iban de visita.
Así que pasamos de unas fotos adolescentes bastante impresentables a estas que veis hoy día en el que la lozanía de mis carnes ha pasado a mejor vida y se me ve un poco el cartón. Qué le vamos a hacer, pero cuando uno es una beldad no necesita viajar. Esto es así.
Pues estaré viejo, pero estoy más guapo que de adolescente.
Volviendo al asunto principal, si no vais con niños no vayáis a ningún parque Disney, pero es que si vais con niños tampoco. Lo pedirán, llorarán y patalearán, pero si los queréis y no deseáis convertirlos en esas personas mayores que no saben que están muertas debéis negarles el 95% de todo lo que pidan hasta que puedan pagárselo por sí mismos y ya no tengan que pedirlo. Si por el contrario los habéis traído a este mundo por puro egoísmo, siguiendo la llamada de la naturaleza sin dar prioridad a la razón, esperando llenar el vacío o para gozar de una segunda oportunidad a través de sus vidas, podéis llevarlos cada vez que se les antoje y destrozarlos repitiendo la misma historia una y otra vez. Gracias.
Volviendo otra vez, un niño se lo pasará pipa en un parque Disney y añado: siempre que vaya un día en que haya poca gente. El día que yo estuve en Eurodisney, allá por 1994, me subí en todas las atracciones e incluso pude repetir en un par. Aquí pensamos que siendo un día laborable y haciendo un tiempo relativamente malo —hace un poco de rasca y a ratos llovizna—, no habría mucha gente. Ja. Estos carbones miserables de japoneses se dedicaron el siglo pasado a hacer el Mal invadiendo y guerreando con todo lo que se les ponía por delante, salieron escarmentados y ahora sólo se atreven a hacer el Mal de una manera, vendiendo a diario el triple de entradas de las que sus parques Disney pueden atender.


Esta chica también estaba un poco enfurruñada.

Esfinge clavadita a Lola Flores mirando por encima del hombro a la atolondrada juventud nipona.


Flequillo gótico y Ventana gótica



Abren a las 8 y media de la mañana, y para esa hora ya tienen cola en la puerta. En el tren de camino a Tokio Disney Resort, que es una isla artificial en la que se encuentran los dos parques junto con una serie de hoteles temáticos, ya íbamos rodeados de una marabunta de adolescentes. Yo pensé que irían al colegio, pero iban todos al mismo sitio que nosotros. Aquí en Japón pasa algo muy raro con el instituto. No sé si es que los engendros tienen días de asuntos propios como si fuesen funcionarios o es que directamente cuando les apetece se van por ahí a vivir la vida en lugar de ir a clase, pero lo cierto es que en horario laboral están por todas partes, con sus preciosos uniformes o vestidos de paisano, luciendo modelos y gastando pasta a raudales. Yo que vivía escandalizado por la cantidad de pasta que manejan niños, adolescentes y adultos sin empleo aquí en España, vengo pasmado por el nivel que este fenómeno alcanza en Japón. Supongo que esto funciona como sigue. Gran Hermano decide que quiere tener a todo el modo esclavizado, que así es mucho mejor porque gana más pasta y se asegura el futuro. Para ello hipnotiza al pueblo con miles de brillantes artículos inútiles que el aborigen desea porque brillan y porque ha sido convenientemente manipulado para ello. Buenos ejemplos son los usos actuales de la telefonía móvil, el transporte privado, la ropa, los hijos o los viajes. Les cobra por estos artículos inútiles un precio muy superior al que valen y así el aborigen tiene que estar toda su puta vida trabajando para pagar por ellos. Todo esto ya lo sabemos, así es como vivimos nosotros también. La diferencia está en que aquí en Japón nos llevan mucha ventaja en este asunto de la civilización, recordad que todo lo que os estoy contando estos días se resume así: Japón es a España lo que España es a Ecuador. Esta ventaja, o desventaja, consiste exactamente en que en Japón quienes se esconden tras Gran Hermano no son caciques, sino señores que no necesitan aliviar ningún complejo personal, por lo que se han dado cuenta de que les interesa tener a tener a todo el mundo trabajando porque ese dinero te lo van a devolver a cambio de los aparatos brillantes y la ropa, que a Gran Hermano no le cuestan nada. En cada negocio visible japonés tienen el doble de empleados de los que necesitan. En España tenemos nuestra propia versión del fenómeno, tenemos el triple de gente de la que se necesita, pero el superávit de trabajadores está compuesto por jefes y cargos ficticios innecesarios, que además se quedan con el grueso de la pasta, por lo que la gente que de verdad produce algo cobra una puta mierda y no puede echar a la maquinaria la madera que necesita, con lo que la máquina se gripa. Esto sería bueno si se consiguiese parar la máquina, pero no. La máquina va a trompicones pero no espera a nadie, y si te quedas fuera te jodes. Moraleja, a no ser que tengas tu casa pagada y sepas cómo conseguir comida sin entrar en el juego, mejor entrar en el juego que caerse del tren. Esto se ilustra muy bien con la observación de los mendigos de Tokio, que os contaré en próximos relatos.


Cuando a los japoneses les entra sueño se echan la siesta donde les pilla. Japón 3 - Occidente 0.


Pero volvamos otra vez al asunto Disney. Que a pesar de ser laborable en el sitio había mucha más gente de la que las atracciones pueden asumir. Se han inventado un sistema de pedir cita en las atracciones más solicitadas, de manera que haces una cola, no para subirte, porque cuando llegas a la atracción ya te dice que tiene una cola de tres horas, sino para pedir cita. La máquina te da cita para dentro de cuatro horas, y te avisa de que no podrás pedir cita en ninguna otra atracción hasta dentro de dos. Esto no te deja otra opción que ponerte a hacer cola, ya no para pedir cita, sino ahora para subir. Teniendo en cuenta que la cola para las mariconadas de atracciones tipo Las alfombras de Jasmine es de 45 minutos, optas por ir a las atracciones estrella, como La torre del terror donde te indican un tiempo de cola de 130 minutos que luego resultan ser 180. Eso sí, tienes en la mano unos tickets para subirte a Viaje al centro de la Tierra a eso de las cuatro de la tarde. Mientras uno hace cola, el otro se puede ir por ahí a comprar perritos o palomitas o a pedir cita en otra atracción cuando haya llegado la hora en que puedes volver a hacerlo. Esto te permitirá subirte a cuatro atracciones en todo el día si andas ágil y te organizas porque a las tres de la tarde ya se han agotado las citas previas en todas las atracciones y no te queda otra que meterte en alguna otra cola de más de tres horas sin garantía de que te cierren el parque a las diez de la noche antes de que llegue tu turno. Si vas solo te dan por culo. Si consigues subirte a tres atracciones, una de ellas de las mierdosas, y ello pasando todo el día en una cola sin poder comprarte unas malas palomitas que echarte al gaznate ya te puedes dar con un canto en los dientes —me fascina la expresión darse con un canto en los dientes, me puedo pasar horas pensando en ella.
Mucho mejor que la fuente de las ovejas original



Lo más grande de todo es que luego las atracciones son todas un mierda como el sombrero de un picador. Están bien para una cola de media hora como mucho siempre que uno no haya salido nunca de su pueblo y tenga 16 años y muchas ganas de volver al pueblo a contarlo. Lo más natural es que vuestros hijos, que tienen iPhone y se pulen 300€ al mes ellos sabrán en qué, hagan la primera cola y luego digan que para una montañosa rusa de minuto y medio de mierda con monstruos mecánicos subterráneos sin un mal loop completo va a estar tres horas de pie su putísima madre y opten por irse al bar a darle al Tuenti el resto del día.
Decid que todas estas advertencias no son necesarias porque ni se os pasa por el pensamiento cometer la enorme gilipollez de acudir a un sitio de estos y que además hay que ser tonto para picar y estaréis hablando sabiamente.
Eso sí, el Tokio Disney este es una ocasión perfecta para observar a las hormiguitas japonesas al desnudo. Se muestran aquí sin pudor en todo su consumismo salvaje y absurdo. Y como no tienes otra cosa que hacer todo el día en una cola, pues a eso te dedicas.
Las familias que deambulan por ahí unidas lo hacen cuando los niños tienen menos de 13 o 14 años, porque en cuanto los cumplen van a todos sitios con su grupo de amiguitos o solos. Hay mucha gente que va por ahí sola mirando constantemente la pantalla del teléfono. Esto es así en el país entero y sobre todo en Tokio. Van caminando por la calle y en lugar de mirar para adelante miran el teléfono. Constantemente. También es común ver a una pareja o un grupo sentados tomando algo o haciendo cola pero callados como cartujos. No se hablan ni se miran, toman asiento y sacan una nintendo DS o un teléfono móvil. Siempre hay alguno que se pone a dormir, a la japonesa, claro, desnucado para adelante. Lo que es leer leen poco, y casi siempre manga. El perfil del lector es el hombre cuarentón o cincuentón trajeado en el transporte público. No he visto un sólo ebook en manos de un oriental en todo el viaje. Otro fenómeno curioso es el de los adolescentes que van con sus padres con o sin algún hermano menor y no se dirigen la palabra. Aquí en las colas de Disney lo vi bastante. Uno de los casos: tres horas de cola y una madre y un hijo no se llegaron a mirar a la cara, no cruzaron una palabra. Supongo que el pensamiento del adolescente en cuestión es, ¿para pedir que me traigan aquí he tenido que articular palabra? En cuanto llegue a casa abrazo el hikikorismo.
El fenómeno de las palomitas también es bastante ilustrativo y digno de mención. Resulta que por todo el parque hay unos carromatos que venden palomitas sabor cereza, pimienta, té verde y otros impossible flavours. Un cartucho de palomitas más bien pequeño cuesta 300¥, pero si quieres te venden una cestita o cubo de plástico con distintos diseños que cuesta 2200¥ lleno de palomitas y que luego puedes rellenar en cualquier carromato del parque por 500¥ de nada el refill. Una ganga, ¿eh? Pues todo el mundo lleva un cubo de estos colgando. Incluidas las parejas de novios ya adultas. También está el fenómeno de los sombreritos, que lleva todo el mudo y que cuestan un mínimo de 2500¥, aunque ahora que lo pienso, comparado con lo de las palomitas tampoco es para tanto.
Para echar yesca al escarnio os resumiré lo que hicimos. Entramos y nos dirigimos al volcán enorme que se veía a lo lejos. Decidimos ir a las atracciones que dan cita, suponiendo que serán las mejores y más solicitadas. Pedimos cita para la primera y nos vamos a pedir cita para la segunda. Allí descubrimos que hasta dentro de un rato no podemos pedir la segunda cita, por lo que nos toca esperar ese rato, que no es muy largo. Luego acudimos a la cita de la primera, que es no sé qué del Nautilus y resulta ser una mierda regia que aburre hasta a los bebés. Como hasta las 4 de la tarde no tenemos cita para la segunda decidimos hacer cola directa para la torre del terror, que es un espectacular hotel abandonado en forma de torre. Tras dos horas haciendo zigzag por los jardines del hotel en los que te van poniendo en situación con ciertas informaciones sobre el Señor Hightower parece que ya llegamos a la entrada. ¡Pues es mentira! ¡Una vez dentro del edificio aún te toca hacer cola una hora más! Si no fuese por esta pequeña inconveniencia la cosa tendría su gracia, porque se las apañan para contarte a través de murales y recortes de prensa que el señor Hightower era un arrogante prohombre norteamericano de barba más blanca que las estrellas de la bandera que se dedicó toda su vida a viajar a lugares tercermundistas de historia vetusta donde robaba las más preciadas reliquias y obras de arte para después lucirlas en su imponente hotel. Pero claro, tanta maldad le salió cara al hombre blanco y, tras un viaje al corazón de África donde se agenció un ídolo, la noche en que se inauguró el hotel tuvo lugar un episodio paranormal que concluyó con una explosión en el ascensor y la desaparición de Hightower. Pues bien, después de tanta farfolla y tanta inquina contra el colonialismo del hombre blanco resulta que la atracción no es otra cosa que una de esas plataformas que se elevan lentamente para después dejar caer a peso muerto con todo el mundo subido encima. Total, no llega a un minuto. Justo antes de que la cosa se ponga en movimiento te hacen una foto sin que te des cuenta y luego te la intenta colocar por 1200¥. En esta foto, que conseguimos gratis retratando el monitor en el que se dejan ver, puede observarse nuestro grado de satisfacción en contraste con el de las criaturicas que nos acompañaban. Si no llega a ser por la barrera del idioma los solivianto y les quemamos el garito a esta panda de cabrones. Después de tamaña fechoría vamos a ver si conseguimos cita para otra de las atracciones estrella, no sé qué de Indiana Jones. Justo en el momento en que llegamos se terminaban las entradas por cita previa, así que la única manera de subirse a algo era haciendo la cola. Como es natural decidimos comer algo que no fueran palomitas, acudir a la cita previa que nos quedaba y salir de allí como gato que trepa una olla para aprovechar la tarde en la ciudad.


Los dos primeros panolis de la fila de enmedio no parecen muy satisfechos.

Haceos cargo de que hay dos parques. Esto es, ¡todas estas calamidades por duplicado! Como bien dirían Krishnamurti y David Bohm: absoluto, inconmensurable, ignominioso.

Al menos esta foto es bonita.

No me volvéis a ver el pelo, hijos de un rezno.

De vuelta en la ciudad quisimos despedirnos del barrio de Ueno y lo pateamos bien, por el mercado y los alrededores del parque y la estación. Cenamos unos deliciosos udon en sopa con un huevo medio cocido en el garito de barra de al lado del hotel, donde nos reconocieron y recibieron con la amabilidad acostumbrada en esta gente y cierta sonrisa de satisfacción y orgullo que decía, a estos les ha gustado y vienen a repetir, high five colega. Sorbimos y sorbimos con orgullo a ver quién podía más, pagamos unos ridículos 900¥ y nos fuimos a seguir pateando por esas callejuelas llenas de sushis giratorios y japoneses mafiosillos que te ofrecen a place to chill out.
Después volvimos al Okachimaci Station Hotel, donde volví a sumergirme en las humeantes aguas de su sento y me acosté por última vez con la piel color de rosa. Y así fue como arreglamos un poco un día pocho. Mañana salimos para Takayama, la puerta de los Alpes japoneses.

PD: A día de hoy en que escribo esto mi honor se ha visto un poquito recuperado por un accidente fortuíto con el que la providencia ha querido compensarnos. No debemos ser tan despreciables después de todo. Resulta que aquí en el parque Disney pagué con tarjeta de crédito, pero no me dieron para firmar ni para meter el pin. Hoy puedo comprobar consultando los extractos y movimientos de mis tarjetas que no me han cobrado las entradas. Para que luego digan que no hay nadie ahí arriba que cuida de nosotros.

1 comentario:

  1. Y pensar que os quería recomendar el Tokyo Disney. Claro que yo lo visité de la misma manera que acostumbraba a visitar la feria gracias a mi padre, de lejos, sin tocar y nada de columpios que los montan gitanos. Será que el poder entrar en un recinto, en vez de comer un bocadillo en familia viéndolo de lejos, para mí fue una experiencia inolvidable.

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