viernes, 12 de octubre de 2012

Kinosaki. 1/4/2012

Despedida de la estación de Kyoto. As usual, con té con leche y bolas de té verde en el andén del Hikari. La gente se hace fotos junto a la locomotora, que es bien bonita y bastante retro. Recordemos que los japoneses tienen trenes de alta velocidad desde los años 60 y parece que no los cambian cada tres años como hacemos aquí.

Los trenes son el orgullo nacional. Como aquí los deportistas.

Deliciosos pinchitos de pelotillas de, sí, té verde.
Añoraré el milk tea Kirin toda la vida.

Rumbo a Kinosaki con un transbordo. Kinosaki es un pueblito en el mar de Japón. Un pueblo bastante chochi dedicado al descanso y el remojo. El asunto es que llegas a la estación, pequeñita, y en cuanto sales te encuentras las pinzas y ojos de un cangrejo gigante emergiendo del suelo en la plaza. El cangrejo es la tercera joya de la corona de Kinosaki. Lo pescan en la zona y se lo zampan toda la temporada de invierno, la cual casualmente acaba hoy, primero de Abril, día en que comienza la temporada de ternera de Kobe.

Crabzilla emerge de la tierra.
De la plaza de la estación, donde ya se encuentra uno de los siete onsens, surge una calle comercial donde venden pescado y marisco, hay una zona de descanso con baños públicos, una cafetería, un 7eleven y un chorro de ryokans, entre ellos el nuestro, Kikugawa. La familia Kikugawa consta de padre, madre, dos hermanos, una hermana, un yerno y dos nietos. Los niños sólo los vemos de refilón, pero los demás todos hablan algo de español y salen a recibirte contando hasta cinco y diciendo buenos días y recordando la visita que hicieron a Barcelona en los 90.

Como siempre, hay que esperar a las 3 de la tarde para hacer check in, así que vamos a comer enfrente del Kikugawa. En una pescadería que tiene restaurante en la parte de arriba. A pie de calle exhibe los cangrejos y otros fruiti di mare, cada uno con su precio, que no parece estar muy relacionado con su tamaño. Arriba nos endiñamos un menú de cangrejo con sopa miso. Te sirven cangrejo crudo —teta de novicia, amigo lector—, cangrejo cocido y cangrejo a la plancha, tempura y algo de sashimi, todo con té verde. Como bien saben ustedes lo entretenido que es comer cangrejo con el asunto de mordisquear, abrir y rebuscar la carne, a pesar de las pinzas y el pincho accesorio pescacarne de cangrejo, salimos a las tantas, aunque aún nos da tiempo de recorrer un poco el pueblo a la orilla del río y tomar un café carísimo de mierda en una cafetería western style decorada con esos negros de madera que tocan diversos instrumentos.

Puede usted comprobar que Kinosaki es una auténtica mariconada.
Tocino Mohedano muy feliz a pesar de haberse adelantado a la sakura.

Una vez en la habitación del ryokan, que por cierto es esplendorosa, viene una señora que no habla inglés con un diente metálico como el colmillo de Yog-Sothtoh y nos explica que hay que ponerse las yukatas con la cubreyukata o como coño se llame. Nos dan unos calcetines ninja, de esos que tienen el pulgar separado para que te puedas calzar las chanclas de madera, y una vez que te tienen vestido de mamarracho absoluto te hacen una foto subido en el carricoche de la puerta y te obligan a echarte al pueblo a recorrer onsens. Para ello te cuelgan del pescuezo una tarjeta con un código de barras que sirve para fichar y te dicen que no se te ocurra volver hasta las 5 para la cena.
Lo de caminar por ahí subido en esas chanclas de madera es más complicado de lo que parece. Si haces un esfuerzo constante en combar el pie para evitar que la madera vaya arrastrando por el suelo tal vez consigas recorrer el pueblo sin hacer un ruido como de fugitivo que aprovecha los trabajos forzados en la cantera para escapar; eso sí, lo más seguro es que sufras un par de calambres. A mí me dio un ataque de risa de pensar en la pinta que llevaba y en que la rebeca cubreyukata esta me hace tetas y el ruido de los chancletazos de madera por el suelo y ver la cara de los nativos que nos cruzábamos. Uno de esos que te caen los lagrimones y no puedes hablar y la gente que te cruzas se parte porque te ve en trance. Qué sano es hacer el ridículo.

Las que tienen que servir.
Atención a los ninja socks.
cloc-cloc-cloc-cloc-cloc-cloc
El cabello queda muy encrespado tras los baños.
Las familia japonesa se remoja unida en porretas.
En fin...

El pueblo es muy mono, como pueden comprobar en las fotos, y la tarde resulta agotadora, porque no hay cosa que canse más que ir a un onsen, así que imaginad ir a siete onsens siete, uno detrás del otro. Entras en uno, te desnudas, te bañas hasta que te dan mareos, te sales al baño exterior y relajas un poco con el frescor en la cabeza en contraste con el calor del agua en el resto del cuerpo, y cuando te vuelves a vestir de minimalist asian lagarterana estás ya sin resuello, ¡pero aún te queda repetir la operación seis veces más! En alguno de ellos, metidos en un tonel de madera enorme con otras dos personas, algún señor entabla conversación con nosotros en un inglés muy rupestre que le da para ilustrar a su nieto, que nos mira desde fuera en pelota picada con la boca abierta, sobre los toros y esas cosas de la españolidad. Muy majos todos con sus onomatopeyas.
Por ahí al final del pueblo, hay un teleférico para subir a una especie de  balneario y un parquecito en el que venden huevos metidos en una red para que los cocines en el agua ardiente que sale de la piedra y te los comas allí mismo con un poco de sal, pero comprenderéis, ataviado así no hay quien ose ponerse a cocer huevos en un manantial volcánico. En una tienda de dulces y souvenirs descubrimos que Kinosaki tiene su propia cancioncilla, como la de los almacenes Don Quixote. Un jingle larguísimo y la mar de jovial que repite sin parar onsen onsen onsen onsen, ¡¡¡¡kinosaki ON-SEN!!!!

De vuelta aca los Kikugawa reposamos un poquitín antes de que nos sirvan la cena. La cena consiste en lo de siempre, té verde, sopa miso, un par de sopas más distintas, exquisitas, de una suavidad asombrosa, por cierto, y carne de kobe en mil formas. Primero cruda, luego cocinada delante de ti en unos infernillos, algo parecido a lo que cenamos en Takayama,  y después vuelta a cocinar con otra salsa y finalmente a lo shabu-shabu. Te colocan delante en un infernillo una pequeña cacerola con forma de almeja en la que hierve agua, se echan unos cachos de verdura, una especie de cogollos de hongos largos y estrechos como brotes de hierba y luego se pilla una loncha finísima de carne y se pasa cuatro veces por el agua diciendo shabu shabu shabu shabu y se zampa. Todo esto nos lo va explicando la tía del colmillo, pero como no habla ni palabra de inglés vaya usted a saber lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal. Recuerdo que la cena contiene también unos moluscos vivos que se cocinan también con mantequilla dentro de una especie de microhorno de barro. Al principio de la cena sufrimos un momento de pánico, cuando trajeron el primer plato de carne y pensamos por unos minutos que eso era todo. Pero no, luego empezaron a traer platos de carne y otras cosas y la cena fue abundante y variada.

Los Kikugawa te hacen fotos todo el rato.
La ternera de Kobe no es light.

Después de la cena salimos a recorrer los dos onsens que nos quedaban haciendo un esfuerzo sobrehumano. Uno de ellos, el que hay junto a la estación, es gigantesco, con varias plantas, con saunas a distintas temperaturas, cascadas exteriores, baño turco y incluso sala frigorífica. Bastante plagada de adolescentes chabacanos, por cierto, todos ellos pudorosos cubriendo sus colas con la toallita, cosa que se observa muy poco en los onsens.

Al volver a la habitación nos habían montado los futones y yo no me acuerdo de nada más.

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