viernes, 12 de octubre de 2012

Miyajima. 2/4/2012

Los desayunos los sirven los Kikugawa en el comedor de la segunda planta, donde las familias al completo zampan tiradas por el suelo. El desayuno es pantagruélico, con pescado, arroz, algas, ensaladas, encurtidos, tés, sopas, leche, café y ya no me acuerdo de qué más. Muy rico, la verdad.
Estuvo bien este acopio de energías, porque hasta Miyajima nos esperaba un viaje con cinco transbordos. ¿Por qué? Porque salía mucho más barato. Recuerden ustedes que hemos perdido un JRP. Al final no resulta tan pesado. Casi todos los trayectos los hacemos en trenes locales, con escolares uniformados que suben y bajan en estaciones monísimas y minúsculas.

Dos compis de viaje en el vagón de asientos no reservados.
Lovely non reserved car.
El último de estos transbordos se hace de un tren local a un ferry, que te lleva desde la isla principal hasta Miyajima, la isla sagrada de los samuráis. El barco ya va plagado de yanquis que se asoman con sus cámaras de video HD de bolsillo a dejar registrado for good el gran tori que emerge de las aguas como Paquirrín en Isla Cristina o Godzilla en la bahía de Tokio. Miyajima también está llena de ciervos y es una especie de isla de Perdidos pero con un pueblo. Realmente la isla es una montaña que emerge del agua como Paquirrín, Godzilla y el tori este; una montaña verde donde están los famosos monos de Miyajima que todo el que visita Japón espera cruzarse. Desde ya os digo que no les vimos el pelo. El que quiera conocer la explicación de esta desgracia turística que siga leyendo.
Cargaditos de mochilas y con la dirección del ryokan escrita en un papelillo vamos recorriendo la población, toda llenita de turistas, sorprendentemente en su mayoría occidentales, y ciervos. Sí, amigos, otra vez los ciervos sagrados que se arrancan y comen los pelos de su propio culo. Tomad nota, punkis del mundo.  Nos adentramos en una calle peatonal llena de tiendas de dulces y souvenirs y consigo comunicarme con dos señoras que me pintan en un mapa de esos gratuitos para turistas una X que marca el lugar. Y así conseguimos encontrar nuestro alojamiento en una calle interior y tranquila del pueblo, donde ramonean tranquilitos tres ciervos despistados.


Miyajima, la isla sagrada donde está prohibido morirse.
Muy amables, pero no tienen mucha habilidad para leer mapas.

Después del check-in damos una vuelta por el pueblo, por la escuela flotante de los samuráis y la pagoda de marras y unos cuantos templos, pero todo el mundo empieza ya a recogerse y aún es de día. Tras volver para la cena —menú de degustación bastante surtido con ostras de Miyajima y todo de todo— entablamos conversación con una familia americana muy parlanchina. La hija, de unos 25 años, ha estado viviendo en Madrid y tiene bastantes ganas de socializar. Dicen que al día siguiente tienen los mismos planes que nosotros, subir al monte a ver el paisaje y los monos.





Sakurita que vienes del sur, ¿estás ahí?
Loca academia de samurais.



Salimos a dar una vuelta nocturna, a ver si encontramos un postre apetitoso por ahí, pero nada. Está todo closo y no hay ni Dios. Mucho mejor, así adelgazamos y el paseo resulta mucho más encantador. Nos hacemos unas fotos, nos ofrecemos a hacer una foto de grupo a unos adolescentes que no se atreven a pedirlo y, a la vuelta, en el pequeño templo que hay junto al ryokan, unos ojos brillantes nos miran desde la oscuridad, completamente inmóviles. ¿Será un zorro? ¿Un perro? ¿Saltará sobre nosotros y nos hará mierda? Arriesgo nuestras vidas haciéndole una foto con flash, porque la curiosidad me puede, y estoy dispuesto a pagar cualquier precio para satisfacerla. El bichejo no se inmuta con el flash, y en la pantalla de la cámara parece un mapache, pero un mapache enorme, del tamaño de un jabalí mediano.  Y un jabalí variedad japonesa he pensado que era hasta que alguien vio después la foto y me dijo que es un tanuki, exactamente el mismo bicho que representan las estatuillas que ponen en los jardines con unos testículos enormes.



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