viernes, 12 de octubre de 2012

Miyajima e Hiroshima. 3/4/2012

A lo largo de la noche me ha parecido escuchar lluvia y truenos, y al levantarme se confirma, llueve a mares. Bajamos a desayunar y nos explican que no es recomendable subir a la montaña porque el teleférico está cerrado por viento y subir a pie es peligroso cuando llueve porque la escalera interminable de miles de escalones que conducen a la cima se vuelve escurridiza. Total, que decidimos irnos temprano a Hiroshima y aprovechar allí el día. Nos despedimos de la americana aburrida y ponemos rumbo al puerto en busca del ferry. Por el camino tenemos que parar, porque llueve del copón, y bajo el porche de una tienda vemos pasar un grupo de americanos obesos envueltos en chubasqueros de plástico de bolsa, que corren despavoridos ante la mirada hastiada de los ciervos, que no se inmutan mucho por la lluvia. Alguno que otro se acerca a ramonear en la tienda, pero la mayoría se quedan donde estaban. Supongo que cuando eres un animal sagrado te invade la pereza y prefieres esperar a que pase el chaparrón.





Adiós, Miyajima, adiós.

Desde el barco nos despedimos de la montaña con la manita, no ha podido ser. Gran pena, todo el mundo nos ha hablado maravillas de la excursión de subida. Una vez en la isla principal tomamos el tranvía que te deja en menos de una hora en el centro de Hiroshima, en la puerta del hotel, tras pasar por el parque de la Paz, o sea, donde la bomba.

¡Visite el tercer mundo, camellos, niños pobres, la Sagrada Familia!

Me he quedado con las ganas de ir a la lucha libre mamarracha.

Uno de los pocos edificios que la bomba dejó en pie.

Estas señoras tienen toda la pinta de ser víctimas de la bomba.

Monumentos del Parque de la Paz.

La llama que nunca se apaga.

La cúpula, la llama y otro monumento en línea.

Otra vez la movida del check in tarde, así que dejamos las maletas y caminamos de vuelta hasta el parque de la Paz por las ya conocidísimas calles comerciales techadas japonesas. Sigue lloviendo, así que nos vienen divinamente. Pausa para comprar una sudadera de Gotham City y llegamos al Parque de la Paz, donde, efectivamente, se respira una atmósfera bastante ingrávida. Hay poca gente y un silencio inusual en el centro de una ciudad del tamaño de Hiroshima. Paseo por el esqueleto de la Casa de Comercio, por la llama de la paz, el museo de los supervivientes y vamos a comer antes de entrar en el Museo de la Bomba. Comemos en un sitio de okonomiyaki que recomienda la Lonely Planet, un sitio barato y bien rico con todas las paredes llenas de firmas de visitantes. Entonces entramos al museo, y alquilamos la audioguía. El museo lleva unas tres horas y resulta bastante emocionante. Tiene secciones acerca de la ciudad, el antes y el después, sobre el proyecto Manhattan y la situación política, y la sección estrella: “Consecuencias de la bomba o la noche de los muertos vivientes”. Donde puedes encontrar ropa, jueguetes y bentos de los muertos. Incluso uñas mutantes y recreaciones con maniquíes con el pellejo derretido que avanzan hinchados como el vengador tóxico en busca de un poco de agua. La audioguía cuenta historias espeluznantes con nombres y apellidos, historias sobre niñas que no querían ir ese día a la escuela alegando unas décimas de fiebre y que se volatilizaron al instante porque su mamá las obligó a hacer un sacrificio por su país y levantarse de la cama. El número de historias como esta es interminable y llega un momento en que uno se rinde y decide que ya es suficiente.




Antes de la bomba.

Después de la bomba.

Una de las pocas fotos que se hicieron el día de la explosión.




A un señor le dio la radiación en el brazo y miren qué uñas.

Aquí había un tipo sentado que se desintegró y dejó su huella.

La radiación tiene efectos mesmerizantes sobre la piel humana.

Reliquias de las víctimas.

Ilustraciones de los supervivientes.

El resto del día lo dedicamos a hacer check-in y dar un paseo nocturno y cenar una hamburguesa basura y unos mochis y visitar una tienda de juguetes donde tienen un jueguecito de Mario Kart de esos de hacer carrera de bolas, como el que tenía yo de pequeño, en el que tienes que completar un recorrido a base de accionar palancas y pulsar botones con cierta habilidad sin que la pelotita se te caiga. Hiroshima es una ciudad agradable y con bastante ambientillo incluso cuando el sol se ha escondido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario