martes, 7 de junio de 2011

6/5/2011 – New York, Día 7.

Mañana. Meatpacking District, High Line y Chelsea.


Ya estamos libres del ritmo diabólico que nos marca el NYCPass, así que decidimos pasar un día tranquilo visitando la High Line.
Tomamos el metro, como siempre, hasta la 14th st, y caminamos por el Meatpacking District, que a día de hoy es una auténtica monería sin perder ni chispa del sustrato que albergó en el pasado carga y descarga de mercancías por el día más prostitución, drogas, BDSM y algún club straight-friendly por la noche.
 Luce un día esplendoroso y la gente desayuna en las terrazas, aunque ya son más de las 11 de la mañana. En la 14th st. nos encontramos con otro Apple Store y preguntamos por ese cachivache de moda con el que pretendemos gasto en tebeos en un 50%. Nos dicen que existen posibilidades de conseguir uno si venimos a hacer cola a las 6 o las 7 de la mañana.

Autofoto en Meatpacking.
¡A las 6 de la mañana! Tal como te lo estoy diciendo.

Volvemos a la calle y decidimos darnos un homenaje desayunando en Pastis (9th ave con la 13th st), restaurante de moda pareado con el famoso Balthazar. Pastis hace esquina en una manzana de ladrillo de dos plantas, junto a un taller de coches tan bonito como un museo de motocicletas antiguas. La enorme terraza del Pastis está llena de gente tostándose al sol y apretándose suculentos platos más parecidos a un almuerzo que a un desayuno. En cualquier caso, a esta hora y en laborable no sirven brunchs; oficialmente son desayunos. Nos sentamos dentro y nos pedimos unos desayunos franceses completos, que consisten en café, tostada de pan francés bajo huevos fritos, bacon, tomate asado, alubias guisadas con salsa y salchicha. El sitio es realmente bonito y hasta el uniforme del servicio llama la atención a pesar de su sencillez. Levis clásicos azules, camisa blanca de manga corta y mandil negro corto. Aquí debe uno aprovechar para patearse el bar entero y entrar al baño mientras nos sirven el desayuno y, cargados para todo el día, salir a recorrer un poco el barrio de Alex Forrest antes de tomar la High Line.




Desayuno completo francés.
Ese soy yo en Patis. 
Y este es Andrés en el preciosísimo servicio de Pastis.


La High Line comienza en la 14th st. y recorre Chelsea hacia el norte, aunque de momento sólo está abierto al público la mitad del recorrido. Se trata de una antigua vía del tren elevada, que se conservó por iniciativa popular y de la que han hecho este espléndido parque alargado que tiene algunas de las mejores vistas de la ciudad.
El comienzo es un corte seco en el paso elevado, coronado por un pequeño bosque de árboles y arbustos y bajo el que se encuentra la escalera de subida hasta el suelo de tablones de madera que deja aflorar oasis de plantas y restos de raíles metálicos de vez en cuando. En ocasiones la vista no encuentra obstáculo hasta el Empire State mientras que en otras la vía se interna bajo edificios cuajados de galerías de arte y alguna cosa más. Bajo el paseo, se alternan aparcamientos robotizados y naves de planta baja.
El ambiente es agradable y variado, entre parejas de guapas amigas tomando sushi a turgentes parejas de novios con sneakers, tops demasiado pequeños y dorados, no muchos turistas, bohemios, trabajadores en la hora del almuerzo e incluso jóvenes madres con sus hijos. Todo está limpio, todo funciona, hay tumbonas gratis disponibles con vistas al Hudson junto a fuentes donde mojarse los pies, miradores de cristal donde sentarse a devorar la merienda y ver el tráfico de la 11th ave, … No tengo ni idea de cómo se las apañan en esta ciudad para mantener las zonas comunes limpias y libres de okupas y pedigüeños, pero lo cierto es que funciona. No sé será causa o efecto de la maravillosa costumbre neoyorquina de vivir la calle. La gente se tira a las calles, las devora, las vive como su propia casa. Cada negocio, cada deli en cada esquina y cada trocito de césped se aprovecha y se utiliza como lugar de descanso improvisado para consultar el email o tomar algo. No es de extrañar que haya de todo porque en esta ciudad cualquier oferta se devora con hambre y con alegría, con orden y limpieza. Parece que fuese imposible abrir un negocio y que no funcione.








Qué gusto da remojarse los pies cuando ya no te duele la espalda.
Descalzarse y aliviar los pinreles es un placer de reyes.
Ese que va como una exhalación soy yo.
Y ese pasmarote que se asoma como una aparición también soy yo.

El Empire desde la High Line.

Pues aquí en la High Line decidimos plantar el pandero y pasamos un buen rato tomando el sol, remojando los pies, tomando notas, leyendo y dando por consumada mi victoria sobre el dolor de espalda. Hoy, a excepción de cierta rigidez en los hombros, estoy como nuevo. Mi cuerpo se sobrepone al cansancio y vence por persistencia.
El sol pega fuerte y comienzo a mirar con envidia los pantalones cortos. Cuando ya no podemos más bajamos de las alturas y paseamos un rato por Chelsea, continuación norte del Meatpacking, con un aspecto menos reciclado y menos historiado, con un aspecto bastante acogedor, otro de esos lugares que parecen ser un buen lugar para comprarse el piso.
Espectacular diner (ya cerrado) en la 9th ave. entre la 22th y la 23th st.
Otra vista de Chelsea.
Camino a Broadway.

Tarde. Chocolate, universitarios en ropa interior, Lower East Side y Backroom speakeasy bar.

Hoy es día para deambular ociosos, para mirar, pasear, sentarse y volverse a poner en marcha. Invertimos la tarde en volver a Broadway, repasar el Flatiron, volver a Strand, tomar un chocolate caliente y una cookie de chocolate con chocolate blanco en City Bakery , (seguramente el tercer mejor chocolate que he probado, aunque el sitio es franquicia style).

Pasmarote en Flatiron.

Ponemos rumbo a West 4, donde hemos quedado en recoger a María Antonia. El plan es visitar el Lower East Side para acudir a nuestra cita con un colega de Andrés que vive aquí a tiempo parcial y, a ser posible, cenar en Georgia BBQ, donde dicen que sirven las mejores costillas de la creación, pero no sabemos si nuestra cita nos lo permitirá.
En Washington Sq. nos encontramos a las ardillas conmocionadas por una marabunta de universitarios en ropa interior. No sé qué pasa ni me importa, pero hasta los negros que ayer jugaban al ajedrez están mirando la vorágine. No es que haya visto muchos universitarios desnudos últimamente, pero juraría que el nivel está bastante más alto que en la Universidad de Granada. Al menos el de los chicos, que parece que cuidan sus carnes bastante más que ellas. También puede ser que las chicas que están buenas pasen de venir aquí a lucirse en braga y sujetador. Ellos, repito, a excepción de algún que otro grupito del club de ciencias que se mantiene un poco al margen, están tremendos. Y ahora me pregunto, ¿por qué coño no hice unas fotos de esta escena para ilustrar mi crónica y demostrar que mis apreciaciones son certeras?
Metro hasta Lower East Side. El barrio, fuera de las calles internas entre Houston, Allen y Delancey St. resulta un poco más inhóspito por la anchura de las calles y el tráfico caudaloso. Sin embargo, en las calles interiores el ambiente es jovial, juvenil y cervecero, como un domingo por la tarde en La Latina, pero sustituyendo mamarrachos, canallitas y catetos por hipsters y pinups. Hemos llegado a tiempo para la happy hour, así que nos sentamos un buen rato a tomar unas cervezas en el patio de una cervecería en Orchard St. justo enfrente del sitio de las costillas, el Georgia’s Eastside BBQ, y acudimos después a la cita en el 102 de Northfolk St.

Tan ricamente con la happy hour.
Patio de la cervecería que hay justo enfrente
del Georgia's BBQ, en Orchard St.

Aquí estamos entre un bar discretito y una escalera de entrada a la vivienda. Charlando hasta que llega la pareja con la que estamos citados. Un colega de trabajo de Andrés que está intentando hacer las Américas y su chica, actriz de Seattle recién graduada en Ohio. Ellos nos han citado aquí, y yo pensaba que se trataba de su casa, pero vienen calle arriba y nos indican que bajemos por una escalera de esas que cuesta distinguir de un callejón o la bajada al sótano del edificio. Un señor grande y gordo nos pide la identificación antes de entrar al callejón y nos dice que no se puede pasar si no tienes al menos 25 años y que nada de ropa deportiva. Me pregunta si mi camiseta del Sunnydale High School tiene algún número dorsal en la espalda. Yo no entiendo muy bien todo esto, pero resulta que adentrándose en la penumbra del mugriento callejón hay una puerta que conduce a un lujoso y bello local forrado de terciopelo rojo, retratos de distinguidas damas de otros siglos y una barra que parece el altar de las delicias alcohólicas. El lugar se llama Backroom y es uno de esos sitios clandestinos que prosperaron durante la Ley Seca. Un speakeasy, así los llaman. No sé cuánto tendrá de cierto, pero la música es una maravilla, el lugar impresiona por bonito, las piernas de las camareras son tan largas como las de un camello y las copas las sirven en una taza porque cuenta la leyenda que así era en tiempos de la prohibición. Mientras nuestro anfitrión nos cuenta un montón de cosas y su chica juega con el móvil yo me dedico a regocijarme con el local, la música y los dos cócteles que me estoy apretando (a 16$ each, eso sí). Borracho como una maruja en una boda me levanto para ir al baño. Subo la escalera, recorro el local, me pasmo de ver que todas las mesas están vacías y reservadas y me doy cuenta mientras meo que me lo estoy pasando genial yo solito. No sé lo que estarán haciendo los demás, creo que siguen hablando sin parar.

Barra del Backroom. Speakeasy en Northfolk st.
Otro rinconcito del Backroom.

Claire, la chica de Seattle tiene mucha prisa porque ha quedado con sus amigos en un bar, quiere que nos vayamos, o quiere irse, no sé muy bien. El caso es que les proponemos cenar las costillas, a su novio le parece estupendo y ella pone cara de fastidio. Cuatro a uno para el Georgia’s.

Noche Georgia's Eastside BBQ y bar en la terraza de un hotel en alguna parte de Manhattan.

Las mejores costillas y el mejor rock'n'roll del mundo.
Ya es de noche, viernes, y sin embargo hay una mesa libre en este minúsculo lugar donde me dijeron que no servían cerveza ni había baño. Lo del baño no lo he comprobado, pero cerveza sí que sirven, aunque no me atrevo a pedirme una porque ya voy bastante pedo. Efectivamente, las costillas son espectaculares, insuperables, tiernas, sabrosas y hasta simpáticas. El pollo frito tampoco se queda corto. Nos sirven además decenas de acompañamientos, deliciosas patatas fritas, mazorcas de maíz y alguna ensalada. Comemos como Saturno devorando a sus hijos y sólo hablamos para decir que sí, que era cierto lo de las costillas del Georgia’s, cita obligada para cualquiera que venga a la city y no tenga la desgracia de ser vegetariano. Y todo baratísimo, creo que menos de 80$ en total (dividan entre 5 personas).
Lamentablemente, seguimos teniendo muchísima prisa por unirnos a los amigos de Claire, así que comemos a velocidad de vértigo y cogemos un taxi a toda hostia como si esto fuera una carrera. Yo me he dejado dos patatas y en verdad en verdad les digo que nunca en mi vidad me había arrepentido tanto de algo. Gracias Natalia, oh fuente de tan estupenda recomendación —sepan que escribo esto a la hora de comer.
El taxi nos deja en la 11th Ave con 48th st. Es un hotel y subimos a la terraza donde parece ser que hay un bar. Y joder, entrar en el bar impresiona. Un bar enorme con una terraza más enorme todavía con vistas espectaculares de la cordillera de rascacielos iluminada. Damos una vuelta de reconocimiento, disfrutamos del aire fresco y las vistas, Albert y Claire nos presentan a sus amigos, compañeros de universidad de Claire en busca del camino hacia Broadway, y pedimos unas copas (también a 16$ each). Luego detenidamente y con más calma puedo analizar que la concurrencia del lugar es un poco garrula, así como tipo universitaria ruidosa americana, ni rastro de chicas sex and the city ni gente estilosa. Y miren, ni falta que nos hace, que somos de pueblo y ya estamos lo suficientemente borrachos e impresionados para haber gozado como marranos en un charco.



A la hora conveniente nos despedimos de nuestros anfitriones de esta noche y caminamos hacia el metro, en algún lugar, muy satisfechos por la velada, analizando cada momento y pormenor.

Pillamos la cama a las 2:30am.

No hay comentarios:

Publicar un comentario