martes, 14 de junio de 2011

8/5/2011 - Nueva York, día 9.

Misa gospel, Central Park North, Chinatown by day, Little Italy y Nolita.
Volvemos a intentar la operación misa. Parece mentira que para ir a misa haya que llegar temprano y hacer cola, pero hoy descubriremos que en Harlem tienen un concepto espectacular y hedonista del socorrido sacramento de la eucaristía.
El día empieza accidentado, pues aunque hemos calculado salir temprano, a mitad de camino caigo en que llevo pantalones cortos y que es posible que no me dejen entrar. Vuelvo corriendo a cambiarme mientras Andrés y María Antonia siguen camino hacia la iglesia (116 st. con Adam Clayton Powell) para guardar cola. Cuando llego con la lengua fuera están justo en la cabeza de la misma —no de la lengua, sino de la cola—, ya ha pasado una primera tanda de turistas y  cuando llego no tenemos que esperar más que unos segundos.


Un negro al estilo secundario gracioso de peli de Eddie Murphy nos acompaña hasta la grada superior y nos acomoda junto al pasillo con gran amabilidad neoyorquina. En esta zona hay otra acomodadora (el uniforme de acomodador consiste en pantalón negro y polo morado) con el pelo rapado y unos thick as fingers zarcillos dorados de aros que le estiran el lóbulo de la oreja más de lo que resulta estéticamente agradable. En cualquier caso, ella también es simpatiquísima y reparte abanicos de cartón. Una grada más abajo hay otro acomodador que lleva polo blanco en lugar de morado, imagino que el polo blanco es el distintivo que se otorga al acomodador que está más bueno de todo el hemisferio norte, pues ambas circunstancias se reúnen en su persona.


El lugar parece un antiguo cine, enorme y decoradísimo, aunque han pintado las paredes, molduras y colgajos todo de blanco para transformarlo en iglesia. Sobre el escenario han instalado una balconada con una piscina de cristal, y está llena de agua. Debajo de la misma, unos músicos se acomodan en un lateral. ¿Esa piscina será para verterla sobre los músicos si se equivocan? Pues no. Dado que se trata de la Primera Iglesia Corintia BAPTISTA, la piscina es para bautizar. Y efectivamente, una mujer también rapada y un señor, ambos con sus batas blancas como de negro góspel, se meten en el agua y comienzan a bautizar a un montón de señoras y niños en serie. Siguen un hechizo verbal y somático que ya he olvidado, pero la negra rapada le recita unas palabras por lo bajini al sujeto aún por cristianizar y éste las repite con voz firme al micro. Entonces le hacen una ahogadilla, todo el mundo aplaude, la orquestilla canta un poquito las mismas palabras y le dan boleto en plan cadena de montaje. Los niños levantan más aplausos que las señoras mayores, por cierto.


Cuando llevan unos 15 o 20 acristianamientos, la orquesta añade varios miembros y comienzan a tocar el heavy góspel. Los acomodadores comienzan a bailar y a animar al público. ¡Todo el mundo tocando palmas! Aquí empieza una experiencia sanísima que te limpia por dentro y te deja como una patena. Amigos, no me extraña nada que estos negros se hagan yesca por ir a misa, si yo viviese aquí no me saltaba el sacramento ni un solo domingo.
Vaya por delante que aunque no paran de repetir la palabra “god”, esto no tiene ni chispa de connotación religiosa. Se trata más bien de una asamblea comunitaria social, en la que los negros se visten de boda, comentan la actualidad y hacen terapia de grupo. Nada que ver con la ceremonia oscura basada en la culpa y el castigo que constituye una misa aquí en España.
El pastor, por otro lado, es una auténtica estrella. Tiene un control de la oratoria que ni Barack Obama, domina el dramatismo en el discurso y sabe imprimirle las subidas y bajadas idóneas que llevan a las negras al llanto, el aplauso e incluso al desmayo, a no poder evitar ponerse en pie, cerrar los ojos, levantar los brazos y gritar AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAMEEEEEEEEN.
El discurso incluye alguna crítica a la celebración de la muerte de Osama Bin Laden y se centra sobre todo en el llamamiento a la humildad de los que practican obras de caridad. Sois instrumentos de Dios, y haciendo obras de caridad sois más ayudados que ayudadores, tunantes. AAAAAAAAMEEEEEEEEEEN. Luego salen unos niños y cantan, provocando la histeria colectiva en el público. Y mientras tanto pasan el cepillo, o sea, recogen los sobres que antes han ido repartiendo.

Y así transcurren más de dos horas y media como si fuesen 5 minutos, y salimos de allí como nuevos, agradecidos de no vivir aquí, porque de ser así acabaríamos cristianos negros corintios baptistas perdidos.
A la salida asistimos de nuevo al mayor espectáculo de la ciudad, los negros, aviados para la misa. Lo más grande. Tomé algunas fotos desafiando la vergüenza que me dan estas cosas sin poder dominar mi admiración y mi disfrute.
 

Levitamos a pie hasta Central Park y lo atravesamos entre familias, paseantes y deportistas. Llama la atención el diseño del parque, de aspecto salvaje y surcado por senderos en la mayoría de sus partes internas. Visitar Central Park no es como ir al parque, es como ir al bosque. Las partes más acondicionadas están cuajadas de gente gozando del lugar cívicamente, sin partidos de boley fuera de las canchas —por cierto, que las de tenis son gratis y el resto supongo que también—  ni comilonas de yuca y cortes de pelo amateurs. Quiero decir que no hay dominguerismo, sino un discreto y generoso uso del parque. En algún momento buscamos la salida a Central Park West para ir al metro, hemos quedado con un par de españoles que estuvieron anoche en el Union Pool para volver a comer al Shangay Café y ver Chinatown de día.

El barrio por el día ofrece una excursión fascinante entre puestos callejeros. Pescados y vegetales deshidratados, pescado vivo criado en tanques de agua turbia que convulsiona sobre lechos de hielo picado, cubos de sapos enormes vivos en los que las ancianas chinas escogen sus más apetitosas piezas con unas pinzas, algún sapo sobre la acera en intento de fuga, chinos escupiendo por cada esquina, … Es la primera vez que me he sentido rodeado de auténtico chinismo, sin folclore y sin paños calientes. Auténtico espíritu insalubre chino. Aunque dicen que en Queens hay un auténtico barrio chino que es como vivir en el mismo corazón de Pekín y que debe ser lo más. Tenemos que ir a China a comer todas estas cosas y volver con vida y la sensación de haber vivido en otro planeta, de haber hecho lo más parecido que se puede hacer en nuestros días a conocer otras culturas.
Por cierto que en Nueva York las chinas son guapísimas. No son como aquí, feas, con el culo plano, el pelo de muñeca, y los fémures cortos, no. Las chinas aquí tienen cuerpo de proporciones occidentales y son guapas de cara. Supongo que la causa es el mestizaje, deben ser americanas de segunda generación. Eso sí, en chinatown nada de esto. En primer lugar hay pocas chicas jóvenes por la calle y en las tiendas. Sólo se ven hombres y señoras mayores. Tal vez las chicas se encuentren custodiadas y no puedan salir a la calle. En segunda lugar, los que hay son muy feos, estropeados y de color rancio, para qué vamos a lubricar la verdad.

Tras repetir en el Shangay Café (recuerden, 100 Mott st.) vamos a dar un paseo por Little Italy, que efectivamente, ha quedado reducida a un par de calles que se resisten a ser engullidas por el mundo asiático con rabia nacionalista de banderas y folclore. Me acuerdo todo el rato de aquella maravillosa secuencia en que Butch "The Little Guy" DeConcini caminaba ensimismado por Mulberry st. mientras atendía una llamada telefónica y cuando quería darse cuenta, se encontraba en el mismísimo corazón de China. Los tejados de Mulberry fueron los que Vito Corleone recorrió armado para acabar con el cacique local y empezar su imperio como Padrino de todos.

Little Italy resiste la invasión china con firme resistencia.

Paseamos por Nolita y sus coquetas calles repletas de coquetas tiendas. Agradable ambiente dominical de luz anaranjada y gente sofisticada moderadamente bebida. Prolongamos el paseo por Houston St., Bowery, Canal St. a la caza de cutresouvenirs y así vemos agonizar la tarde como pescados chinos bigotudos sobre lechos de hielo en puestos callejeros.


Volvemos tempranito, visitamos el supermercado y compramos algo de cena y desayuno. Estamos ya un poco saturados de estas sobredosis vespertinas de huevo, azúcar y harina. En el súper, cómo no, todo el mundo nos habla en español.

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